¿Cuántos años pueden vivir los humanos? Es una pregunta muy frecuente, que todos hemos hecho alguna vez. Sin embargo, los científicos coinciden en que las respuestas comunes que hasta no hace mucho se daban a esa pregunta se han vuelto obsoletas. En la actualidad no se puede establecer un límite claro de longevidad. Datos científicos muestran que todos los años se rompen los récords. Actualmente, no sólo existe un número notablemente creciente de centenarios, sino también de más y más hombres y mujeres que viven más allá de los 110 años, los supercentenarios.
Investigar la vida humana por encima de los 100 años de edad siempre ha sido difícil para los demógrafos. La ciencia se ha topado con muchos mitos. La mayoría de los casos de personas que parecen ser las de más edad del mundo son prometedores a primera vista, pero luego no se pueden verificar debidamente. Las inscripciones en el Libro Guinness de los Récords Mundiales tampoco son lo bastante fiables; su validación con frecuencia está basada tan sólo en documentos proporcionados por los familiares de quienes alcanzaron una edad avanzada y no están confirmadas de manera independiente por los científicos.
Ahora, en un ambicioso proyecto internacional, investigadores en 15 naciones han culminado un trabajo realizado durante los últimos diez años, y que consistió en buscar dentro de sus países a personas que alcanzaron la edad de 110 años o más. En total, encontraron a más de 600 supercentenarios (en Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, Francia, Italia, España, Alemania, Suiza, Bélgica, el Reino Unido y los países nórdicos). De los 600 encontrados, cerca de 20 vivieron más de 115 años.
Encontrar los supercentenarios fue una tarea inusual para los demógrafos, ya que no podían confiar en los métodos estadísticos estándar. En cada país, los científicos diseñaron su propia estrategia para identificar candidatos probables a supercentenarios, y luego comprobaron de manera fehaciente sus edades valiéndose de documentos oficiales que confirmasen sus fechas de nacimiento y de muerte (o edad actual si aún vivían).
Sin embargo, tuvieron que afrontar bastantes desafíos. A finales del siglo XIX, cuando nacieron los supercentenarios, muchos países no tenían un registro central de nacimientos, y con frecuencia los documentos originales se perdían, extraviaban o quedaban olvidados. Así que los científicos necesitaron buscar entre una gran cantidad de certificados, listas de censos, registros de defunción, expedientes de universidades y organismos de salud y seguridad para identificar a los supercentenarios.
La titular del récord en longevidad es aún la francesa Jeanne Calment, quien murió en 1997 a la edad de 122 años. El libro "Supercentenarians" explica su vida, incluyendo cómo conoció personalmente al pintor Vincent van Gogh cuando ella tenía 13 años.
La larga vida de Chris Mortensen es también detallada en el libro. Nacido en Dinamarca, murió a los 115 años en Estados Unidos. Poseyendo aún el récord como el hombre que más años ha vivido, a su avanzada edad todavía fumaba cigarrillos.
La misma edad alcanzó la holandesa Hendrikje van Andel-Schipper. A pesar de haber nacido prematuramente con un peso de apenas kilo y medio, evadió sin embargo las principales enfermedades peligrosas hasta sus noventa y tantos, cuando se le diagnosticó cáncer de mama. Finalmente, murió de cáncer de estómago.
La afroamericana Bettie Wilson, quien murió a la edad de 115 años, sobrevivió incluso a una operación de vesícula biliar a la edad de 114 años.
Elizabeth Bolden, también afroamericana, llegó a contar en vida con diez descendientes que eran hijos de tataranietos suyos. Además llegó a cumplir los 112 años de edad con sus facultades mentales en buen estado.
Esto último ilustra un rasgo bastante común en las personas supercentenarias: Asombrosamente, muchas de ellas no se ven afectadas, hasta poco antes de su muerte, por las enfermedades mentales que acaban padeciendo bastantes personas ancianas.
Ahora los investigadores desean expandir el uso de la Base de Datos Internacional sobre Longevidad y emplear la información que alberga para investigar la mortalidad a edad avanzada y las causas de una vida tan longeva. Pero estas causas están por ahora muy poco claras. Hasta el momento, lo único que se sabe con certeza es que ser mujer es claramente ventajoso, ya que el noventa por ciento de quienes celebraron su cumpleaños número 115 fueron mujeres.
Hace tan solo unos días, investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford aseguraban que los sentimientos que provocan las pasiones amorosas pueden ser tan eficaces para aliviar el dolor como los analgésicos o la cocaína. Ahora, otro equipo internacional de científicos ofrece una nueva e interesante teoría sobre lo que ocurre cuando nos enamoramos. Resuelta que ese sentimiento pasional, además de potente, es fulminante. Nos quedamos prendados de otra persona en tan solo la quinta parte de lo que dura un segundo. Ni un suspiro. La investigación, que aparece publicada en la revista Journal of Sexual Medicine, puede ayudarnos a entender por qué perdemos la cabeza por alguien que no nos conviene, que es un desastre o que incluso puede perjudicarnos. ¡No tenemos tiempo para pensar!
Según la investigación, liderada la profesora Stephanie Ortigue, de la Universidad de Siracusa, en Nueva York, cuando una persona se enamora, doce áreas del cerebro trabajan conjuntamente para liberar los productos químicos que inducen a la euforia, como la dopamina, la oxitocina y la adrenalina. El sentimiento amoroso también afecta a sofisticadas funciones cognitivas, como la representación mental, las metáforas y la imagen corporal.
Ortigue explica en la web especializada Science Daily que en la sangre de las parejas que acaban de enamorarse también se han encontrado niveles significativamente mayores del factor de crecimiento nervioso (NGF, por sus siglas en inglés). Esta molécula desempeña un papel importante en la química social de los seres humanos relacionada con el «amor a primera vista». Estos resultados «confirman que el amor tiene una base científica», asegura.
Ortigue explica que esta investigación puede tener implicaciones importantes para la neurociencia y la investigación en salud mental, ya que una ruptura amorosa puede provocar un importante estrés emocional y depresión. Al identificar las partes del cerebro estimuladas por el amor, los terapeutas pueden conocer mejor cómo tratar a los corazones rotos.